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Jugando a ser botánicos

Jugando a ser botánicos

El otoño ya se ha hecho presente cambiando los colores de los árboles, trayendo temperaturas más frías y brindándonos la oportunidad de realizar otra de las actividades que podemos hacer junto a nuestros hijos para potenciar sus capacidades y consolidar algunos conceptos fundamentales (por no mencionar el disfrute que para nosotros mismos reporta ese tiempo que pasamos junto a ellos jugando y aprendiendo).

Los niños han de estar familiarizados con las diversas mediciones del tiempo y una de las más elementales es la partición del año en estaciones. El otoño resulta especialmente importante en el calendario, ya que coincide con hechos significativos en la vida de los más pequeños ,como la vuelta al colegio, pero hay más asociaciones posibles que hacer respecto al cambio de estación y, probablemente, la más evidente es la que mencionamos al inicio: el cambio cromático que se produce en los árboles de follaje caducifolio. Podemos, por tanto, llevar a cabo un ejercicio que servirá a los más pequeños para aprender algo más sobre el otoño; para los más grandes, se incluirán nociones conceptuales nuevas, como la diferencia entre follaje perenne y caduco, clasificaciones botánicas y todo lo que se nos pueda ocurrir sobre la marcha.

Nuestra propuesta de hoy también empieza como un paseo, esta vez a un parque, al bosque o a cualquier lugar donde tengamos una presencia considerable de especies arbóreas con follaje caduco; si además contamos también con árboles de follaje perenne tanto mejor. Esto será lo primero que haremos observar a los niños: cómo hay especies, como las coníferas o los eucaliptos, que presentan en sus copas el mismo color verde de la primavera y el verano, mientras que, por ejemplo, en los tilos y los robles es posible apreciar un cambio de tonalidad del verde a los amarillos y ocres.

Tras esta primera distinción entre tipos de follaje y su comportamiento frente al cambio de estación podemos ir un poco más allá. Inmediatamente propondremos a los niños que recolecten hojas caídas de las diferentes especies, así como sus frutos o cualquier otra cosa que nos pueda dar una pista para su posterior identificación y clasificación. Así, por ejemplo, podrán identificar al castaño o al nogal tanto por su follaje como por los frutos característicos que dan nombre a la especie.

Nuestros pequeños biólogos llevarán todo ese material a casa. Una vez allí, con nuestra ayuda y la de algún volumen de botánica del cual podamos echar mano, procederán a la clasificación y nomenclatura de cada una de esas hojas que han recolectado. Recomendamos para terminar de darle consistencia al ejercicio que toda esa información se vuelque en la confección de un herbario. Esto supondrá la realización de más actividades complementarias, como el correcto desecado de las hojas que incluiremos en él, ejercicio al cual en breve dedicaremos una entrada entera en nuestro blog. Volviendo al herbario, en el mismo no sólo incluiremos las muestras recolectadas sino toda la información que podamos extraer de las obras consultadas. Entre otros datos, apuntaremos su nombre científico en latín, el lugar original de procedencia de la especie, el tipo de suelo que requiere, etc.

Sin duda disfrutaremos muchísimo de todo este proceso, ofreciendo a nuestros hijos la posibilidad de un esparcimiento de gran provecho pedagógico. Son este tipo de cosas las que siempre recordaremos y las que ellos nos agradecerán al crecer.

¡Mucha suerte y hasta pronto!

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